Los edificios del Centro Histórico de Guadalajara tienen memoria: son mudos testigos del paso de la historia. En tiempos del Bicentenario y Centenario, pocas son las construcciones que pueden servir para recordar la historia del país y de la ciudad.
El clero de la ciudad reunido para celebrar un Te Deum dedicado al cura libertador, mientras el obispo titular escapaba de la ciudad. El Liceo de varones convertido en cuartel militar y, con el paso de los años, en museo. El balcón desde donde Madero dictó uno de sus discursos de campaña y el orificio en la carátula del reloj que sirvió para marcar, para siempre, la hora en la que las huestes villistas tomaron la ciudad. Los escenarios de estas tres anécdotas —meros botones de muestra de un anecdotario más amplio— siguen ahí: mudos testigos del paso del tiempo. Son los edificios del Centro Histórico, que sirvieron como escenarios para sucesos que, a la postre, cambiarían el rostro del país: la lucha por la Independencia de México y la Revolución encabezada por Francisco I. Madero.
Contrario a lo que pudiera pensarse, rastrear la historia en el centro de Guadalajara es cada vez más difícil. Y es que son pocos los edificios que se conservan activos o incluso en pie. La Catedral, el Palacio de Gobierno, el Museo Regional, lo que queda de la Casa de los Perros, el Instituto Cultural Cabañas, los hoteles Compostela y Francés. Y, además de eso, poco más. Las viejas construcciones del centro fueron demolidas —o abandonadas y luego demolidas— llevándose con ellas el rastro de los sucesos históricos. Juan José Doñán explica que “Guadalajara entendió la modernidad como ampliar calles y destruir fincas o manzanas completas para hacer plazas, todo lo contrario a preservar las fincas significativas. La preocupación patrimonial llegó tarde a Guadalajara ya los tapatíos”.
La pérdida de sitios históricos adquiere mayor relieve cuando, sobre todo en el marco del Bicentenario del inicio de la justa independentista, se revisa lo que ocurrió en la ciudad. “El único lugar donde Hidalgo hizo actos de gobierno fue aquí: la abolición de la esclavitud, el nombramiento del primer diplomático, Pascasio Ortiz de Letona, que partió en misión a Estados Unidos. Aquí se imprimió el primer periódico insurgente, El Despertador Américano”, puntualiza Doñán y añade que, con ese antecedente, la celebración por el Bicentenario debiera ser especialmente importante en la ciudad. “Pero no se ve que vaya a ser así. Hay un programa muy al tanteo, como justificando el presupuesto. Cada quien hace las cosas por su lado. Luego vendrá el grito, quizá con más decibelios de los acostumbrados, y quizá un desfile más nutrido”.
Así, con las cicatrices que le dejó —y le sigue dejando— el paso de la modernidad, el centro de la ciudad conserva viejas páginas de historia que pueden leerse, siempre y cuando se tenga un momento de pausa para saber bien dónde poner el ojo.
Guadalajara, Jal.
El clero de la ciudad reunido para celebrar un Te Deum dedicado al cura libertador, mientras el obispo titular escapaba de la ciudad. El Liceo de varones convertido en cuartel militar y, con el paso de los años, en museo. El balcón desde donde Madero dictó uno de sus discursos de campaña y el orificio en la carátula del reloj que sirvió para marcar, para siempre, la hora en la que las huestes villistas tomaron la ciudad. Los escenarios de estas tres anécdotas —meros botones de muestra de un anecdotario más amplio— siguen ahí: mudos testigos del paso del tiempo. Son los edificios del Centro Histórico, que sirvieron como escenarios para sucesos que, a la postre, cambiarían el rostro del país: la lucha por la Independencia de México y la Revolución encabezada por Francisco I. Madero.
Contrario a lo que pudiera pensarse, rastrear la historia en el centro de Guadalajara es cada vez más difícil. Y es que son pocos los edificios que se conservan activos o incluso en pie. La Catedral, el Palacio de Gobierno, el Museo Regional, lo que queda de la Casa de los Perros, el Instituto Cultural Cabañas, los hoteles Compostela y Francés. Y, además de eso, poco más. Las viejas construcciones del centro fueron demolidas —o abandonadas y luego demolidas— llevándose con ellas el rastro de los sucesos históricos. Juan José Doñán explica que “Guadalajara entendió la modernidad como ampliar calles y destruir fincas o manzanas completas para hacer plazas, todo lo contrario a preservar las fincas significativas. La preocupación patrimonial llegó tarde a Guadalajara ya los tapatíos”.
La pérdida de sitios históricos adquiere mayor relieve cuando, sobre todo en el marco del Bicentenario del inicio de la justa independentista, se revisa lo que ocurrió en la ciudad. “El único lugar donde Hidalgo hizo actos de gobierno fue aquí: la abolición de la esclavitud, el nombramiento del primer diplomático, Pascasio Ortiz de Letona, que partió en misión a Estados Unidos. Aquí se imprimió el primer periódico insurgente, El Despertador Américano”, puntualiza Doñán y añade que, con ese antecedente, la celebración por el Bicentenario debiera ser especialmente importante en la ciudad. “Pero no se ve que vaya a ser así. Hay un programa muy al tanteo, como justificando el presupuesto. Cada quien hace las cosas por su lado. Luego vendrá el grito, quizá con más decibelios de los acostumbrados, y quizá un desfile más nutrido”.
Así, con las cicatrices que le dejó —y le sigue dejando— el paso de la modernidad, el centro de la ciudad conserva viejas páginas de historia que pueden leerse, siempre y cuando se tenga un momento de pausa para saber bien dónde poner el ojo.
Guadalajara, Jal.
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