viernes, 6 de agosto de 2010

Dos autores que vuelven con sus obras póstumas

Ramírez Heredia y Helguera están de vuelta en las mesas de novedades con textos cuidados por amigos cercanos

Hay elementos que los unen, pero más aún los que los distinguen. Rafael Ramírez Heredia y José Ignacio Helguera comparten una cuestión: son autores mexicanos con obra póstuma en librerías.

El primero murió después de ponerle punto final a su novela De llegar Daniela; el segundo se fue dejando apenas un índice escrito a mano sobre un posible libro que estaba armando y acaso el título de esa reunión de textos: De cómo no fui el hombre de la década.

Años después de su desaparición, ambos vuelven a la mesa de novedades con obra póstuma que ha sido cuidada por amigos muy cercanos.

El narrador, cronista, dramaturgo, profesor de literatura y director de tallares literarios que fue Rafael Ramírez Heredia, quien murió en octubre de 2006, dejó listas las 298 páginas de la novela que protagoniza Bruno Yakoski, el hombre que ama a Daniela y que se hace miles de preguntas mientras la espera en un café parisino tomando gin tónics.


En tanto que el poeta, crítico musical, editor, ajedrecista y ensayista que fue Luis Ignacio Helguera, muerto en mayo de 2003, dejó una lista de poco más de 20 textos breves, misceláneos y mordaces que integrarían un posible libro.


Amigos muy cercanos a los dos literatos mexicanos, por un lado Hernán Lara Zavala, amigo y colega de muchos años de Ramírez Heredia, y Luigi Amara y Vivian Abenshushan, muy cercanos a Luis Ignacio Helguera en sus últimos años de vida, fueron los encargados de cuidar y de reunir los textos de estos dos hombres, cuya obra póstuma pretende atrapar a nuevos lectores.


Al estilo de la novela francesa

De llegar Daniela le llevó a Rafael Ramírez Heredia más de 10 años de trabajo, tiempo en el que publicó tres historias fundamentales en su trayectoria literaria: La Mara, La esquina de los ojos rojos y El hijo de Salgari; incluso presentó esa novela a un editor que la rechazó, pero aun con todo nunca la abandonó.

“Hizo muchos intentos y la corrigió muchísimas veces”, recuerda Hernán Lara Zavala y dice: “lo que él quería con esta novela era salirse un poco del estereotipo en el que lo habían metido como gran escritor de los bajos mundos”.


Ramírez Heredia quería incursionar en la llamada nueva novela francesa que tiene en México un par de ejemplos y antecedentes literarios: Morirás Lejos, de José Emilio Pacheco y Farabeuf, de Salvador Elizondo; entonces ubicó su historia en Francia, y ante todo evitaba repetirse, salir de los bajos mundos.


Esa es la paradoja para Hernán Lara Zavala. Asegura que junto con La Mara, que habla de las pandillas centroamericanas y La esquina de los ojos rojos, donde aborda a los grupos que controlan la fayuca y el narcotráfico en Tepito, De llegar Daniela, la novela publicada también por Alfaguara, se conforma una trilogía interesante: “Ésta ocurre en Francia, pero su temática oculta es una mujer bella, atractiva y mexicana de la que el personaje masculino sospecha que tiene algunos nexos con el ETA de la región vasca”.


Y es que la novela póstuma de Ramírez Heredia es una larga especulación en torno a las relaciones que tiene esa chica con el protagonista, con otras personas en la casa de México en París y con el interés de tratar de desentrañar la psicología de la chica, sus conflictos eróticos y amorosos y su presunta conexión con ETA.


“Rafael no se quería distanciar de sus anteriores novelas, quería un cambio estilístico; lo que buscaba es que no lo encerraran en un tipo de escritor; para él representaba un reto tratar de salirse de lo que había hecho muy bien, era hacer algo curiosamente más intelectual, más especulativo, con menos acción pero más reacción”, apunta Lara Zavala.

Así, antes de morir, le puso punto final a una novela en la que ya no reproduce el lenguaje del bajo mundo, lo que Hernán Lara Zavala ha llamado “la poética del realismo sucio”, un lenguaje que Ramírez Heredia sabía reproducir muy bien. Aspiraba a que, en la que sin saber fue su última novela, todo ocurriera en la cabeza de Bruno, ese hombre solo que toma gin tónics en un café de París mientras espera de que aparezca Daniela.


Lara Zavala dice que en La Mara, en la que su amigo tuvo la lucidez y la previsión de ver un tema social, no dejó de ser una gran obra de experimentación informal por su lenguaje lírico y poético, muy fuerte, violento y agresivo; mientras que en De llegar Daniela, él y otros amigos como Sealtiel Alatriste y Marco Aurelio Carballo pudieron leer en algunas versiones, logró una novela muy reflexiva.


Ante una novela que Rafael Ramírez Heredia dejó concluida en su totalidad, a Lara Zavala sólo le tocó revisar las galeras en calidad de amigo, sin hacer mayores modificaciones y sólo cuidando la limpieza del texto.

“Cuando él murió, la novela estaba terminada, le puso punto final, incluyendo el capítulo con el que cierra, que yo digo que es casi simbólico. Sin duda es la mejor novela de Rafael Ramírez Heredia”.


Ironía y humor negro hasta el final

Vivian Abenshushan recuerda que a la muerte de Luis Ignacio Helguera encontraron un índice escrito a mano sobre un posible libro que él estaba armando. Fue entonces que nació el interés por rastrear, con ayuda de su familia, los textos que habían quedado en su computadora y algunos más que había publicado en suplementos; tenían la guía y parecía cuestión de reunirlos, pero no fue tan sencillo, algunos textos ni siquiera los llegó a escribir.

Con ese índice hipotético y tras cinco años de indagación, configuraron el libro De cómo fui el hombre de la década y otras decepciones, que tiene un carácter orgánico y en el que los ensayos dialogan entre sí. “No queríamos que fuera una simple compilación póstuma porque eso traicionaría por completo el espíritu del libro que tenía un título que marcaba el tono y la búsqueda”.


Así nació esta edición con la que Tumbona Ediciones inaugura su nueva colección de ensayos Derivas, una obra que Abenshushan define como “llena de autoescarnio, de ironía, una mirada crítica llena de humor negro sobre la realidad mexicana, sobre la realidad de la literatura mexicana y sobre la propia vida de Luis Ignacio Helguera”.

Un análisis del escritor

Vivian no tiene duda de que esta reunión de ensayos es una especie de autorretrato, aunque no necesariamente es un libro autobiográfico, sino un autorretrato en la medida que dibuja el perfil literario de la obra general de Luis Ignacio, sus filias, sus obsesiones, sus lecturas, sus paseos, su relación con el ajedrez, su obsesión continua por los escritores raros, su rechazo a la celebridad y a las modas literarias. No por algo hay un palíndromo que se repite en varios ensayos: “A la moda tómala”.

En el ensayista que siempre buscó la singularidad, esa individualidad trágica y cómica al mismo tiempo, confluyó una especie de tensión entre la pasión desbordada y la inteligencia, la temeridad y la precisión, que son la fuerza de su escritura y las convicciones férreas que tenía sin olvidar la gran ligereza de su estilo, que era el de un gran conversador que animó varias tertulias de ajedrez y otras más de escritores.


Vivian no duda de que a Luis Ignacio Helguera lo animaba siempre un deseo genuino de conversación con otros escritores más que formar parte de las mafias literarias, aunque él estuvo muy cerca de la revista Vuelta, colaborador de Pauta y parte del grupo de escritores que fundó la revista Paréntesis.

Pese a eso, Helguera era escéptico frente a la realidad política del país y a cierta gestualidad del mundo de los escritores, de los corrillos literarios ante los que siempre trato de burlarse un poco y mantenerse al margen.


“Nacho ha tenido a sus lectores, así como todos los autores raros, como a los que él leía y le fascinaban, él también se fue perfilando como un escritor raro, poco atractivo para las grandes masas de lectores, pero por un deseo propio de deslindarse de una literatura complaciente y comercial”, comenta Vivian Abenshushan de ese ensayista que forma parte de la tradición que viene desde Alfonso Reyes, Julio Torri, Augusto Monterroso, Juan José Arreola, Fábio Morábito y Jorge Ibargüengoitia.


Ese escritor que califica de ser portador de una mirada muy aguda, muy lúcida, que siempre tuvo una relación tensa con el lenguaje, en el sentido de que no era fácil ni complaciente, un autor de brevedades y fragmentos, se sitúa un poco en los márgenes de la literatura mexicana y no forma parte del gran canon de la narrativa realista y costumbrista de la literatura mexicana; más bien, se colocó del lado de los escritores fantásticos.


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