jueves, 20 de mayo de 2010

México-EU: Historia de unas relaciones complejas

La investigadora Marcela Terrazas analiza las circunstancias en que se dieron los primeros contactos políticos entre nuestro país y el vecino del norte, en el siglo XIX

Sin duda, las relaciones entre México y Estados Unidos durante el siglo XIX fueron vitales para la conformación de ambas naciones.

Después de la guerra de Independencia, México era un país nuevo y, tras el optimismo inicial de los criollos en su futuro, hizo frente a constantes turbulencias debido a los graves problemas sociales, las dificultades económicas y las presiones externas que padecía.

Por su lado, Estados Unidos, que también luchaba por consolidarse como nación, experimentaba cambios relevantes pero contradictorios: si bien había implementado el voto como forma de representación ciudadana, el Sur se erigía como una región económica vigorosa, basada en la esclavitud.

“Aunque el peso de Estados Unidos sobre México haya variado entre el siglo XIX y el XX, la cercanía de ese país con el nuestro es un referente importante para el nacionalismo mexicano. La vecindad con la poderosa nación del norte ha marcado nuestra historia, nuestra geografía, nuestra identidad y nuestra soberanía”, comenta Marcela Terrazas, investigadora del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM.


Todo comenzó en Texas

Estados Unidos nació como un país con poca fuerza, aunque en circunstancias relativamente ventajosas en relación con las circunstancias en las que lo haría México años después: su independencia recibió el apoyo europeo y, sobre todo, la ayuda de Francia y España.

“España, aparte de dar armas y dinero a la causa estadounidense, envió militares para que lucharan contra los británicos y los expulsaran de su propia zona de influencia. Ahora bien, esto, además de un auxilio para Estados Unidos, fue un cobro de viejas deudas a Inglaterra”, asegura la investigadora de la UNAM.

El inicio de las relaciones de México y Estados Unidos estuvo marcado por la disputa por los linderos y, en consecuencia, por Texas. Luego de que Francia vendió la Luisiana a Estados Unidos en 1803, y ante el temor de sufrir un ataque por parte de Inglaterra, España hizo algo que nunca antes había hecho: abrir parte de la Nueva España, específicamente Texas, a la inmigración.

Así, concedió originalmente a Moses Austin -un empresario de Connecticut establecido en la Luisiana española cuando ésta pasó a manos de Francia y luego de Estados Unido- la autorización para que llevara colonos a ese territorio y éstos se convirtieran en los defensores del dominio español en la región.

Después de obtener su independencia, México tuvo también el temor de que España emprendiera la reconquista de su territorio a través de Texas. Por esto le renovó una concesión a Stephen Fuller Austin (hijo de Moses Austin) para que estableciera allí una colonia.

“El gobierno mexicano, ya en su etapa independiente, empezó a multiplicar ese tipo de concesiones, muchas de las cuales eran ordenadas y legales. Sin embargo, también comenzaron a llegar ‘paracaidistas’ y a actuar los ‘empresarios’ (así se les llamaba a los que llevaban familias a Texas). Algunos de estos últimos estaban asociados a políticos norteamericanos y mexicanos, como el presidente Andrew Jackson y Lorenzo de Zavala, y desataron una gran especulación de tierras”, explica Terrazas.

El gobierno mexicano pronto se dio cuenta de que no podría poblar ni vigilar ese territorio (la presencia militar era nula en la frontera con Estados Unidos), ni controlar la inmigración ni cobrar impuestos en él. Entonces puso a la venta grandes extensiones de tierras texanas a precios extremadamente bajos. En ese tiempo era común escuchar: “México está regalando Texas”.


Invasión norteamericana

Durante la larga guerra de Independencia de nuestro país fallecieron 500 mil mexicanos en edad productiva. Al finalizar dicha guerra, nuestro país contaba con seis millones y medio de habitantes, la mayoría de los cuales vivía en el Altiplano (el norte y buena parte del istmo de Tehuantepec estaban prácticamente despoblados).

En contraste, Estados Unidos, con 10 millones de habitantes, experimentaba una explosión demográfica impactante y una gran necesidad de hacerse de nuevos territorios y de tener puertos en la costa del océano Pacífico para comerciar con China y Japón.

“Todos los días, miles y miles de inmigrantes europeos, sobre todo de países sajones, llegaban al vecino país del norte por la misma razón que hoy lo hacen miles y miles de nuestros paisanos: por hambre”, dice la experta.

La promulgación de la Constitución de 1835, dictada por López de Santa Anna, con fuertes tintes centralistas, fue el detonador para que Texas declarara su independencia de México. Estados Unidos, Francia e Inglaterra pronto reconocieron a Texas como estado soberano.


“Texas era una especie de papa caliente. Por un lado, en Estados Unidos, la Unión (el Norte) veía que los estados del Sur se iban a aprovechar del ingreso de Texas a la federación como un estado esclavista. Por el otro, en México, los políticos consideraban que hablar de reconocer la independencia de Texas era impensable. Antonio López de Santa Anna tuvo una gran capacidad de convocatoria gracias a sus intentos por recuperar ese territorio. Pero el país no estaba en condiciones de conseguirlo. El discurso nacionalista estaba muy exacerbado y muchos políticos y militares irresponsables crearon un clima belicista. De hecho, ciertos sectores de estos que se expresaban en los periódicos empujaron al país a la guerra con Estados Unidos”, explica.


Antes del estallido de la guerra, el presidente mexicano José Joaquín de Herrera adoptó una posición negociadora con Estados Unidos que, sin embargo, fue calificada por sus enemigos como un signo de debilidad y de sometimiento de la soberanía nacional.

“Herrera se dispuso a recibir al representante norteamericano, John Slidell, para llegar a una solución negociada, pero sus enemigos empezaron a hacer del conocimiento público esta negociación y a decir que el Presidente estaba dispuesto a vender nuestra soberanía. Esta crisis alcanzó su punto álgido cuando Herrera ordenó a un militar (José Joaquín Paredes) dirigirse al norte para proteger la frontera y, en lugar de obedecer, éste vino a la ciudad de México y lo derrocó”, afirma la investigadora.

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