jueves, 17 de junio de 2010

Abordan reinvención de Yucatán durante el siglo XIX

Para ello, investigadores del Centro Peninsular en Humanidades y Ciencias Sociales se valen de tres módulos de análisis: el histórico, el estético-literario y el arqueológico-museológico

En febrero de este año, como parte de las acciones de rescate de nuestro pasado histórico, se echó a andar el proyecto “La reinvención decimonónica de Yucatán, 1821-1915”, coordinado por el doctor Arturo Taracena, del Centro Peninsular en Humanidades y Ciencias Sociales de la UNAM, y con la colaboración de los doctores Carolina Depetris y Adam Sellen, y varios becarios.

En él, los investigadores buscarán abordar el estudio de la realidad yucateca durante ese periodo, a partir de tres módulos de análisis que se tocan entre sí: el histórico, el estético-literario y el arqueológico-museológico.


“Estudiaremos el impacto que en la formación de la identidad regional tuvieron los hechos políticos, las descripciones de los viajeros, anticuarios y arqueólogos, y la conformación de los museos y las colecciones arqueológicas”, dice el investigador.


El proyecto de los especialistas de la Universidad Nacional parte de la hipótesis de que Yucatán se configuró en el siglo XIX como un espacio político, geográfico y cultural recreado sobre la base de un imaginario anterior e inmerso en las corrientes de pensamiento decimonónicas (romanticismo, realismo y positivismo).


“Es decir, se reinventó como territorio y sociedad con el propósito de ser capaz de manejar sus asuntos y, así, negociar con fuerza su pertenencia o no a la Unión mexicana.”, comenta Arturo Taracena.


Esta acción imaginada, sumada a una intención creativa, consiguió que la invención del hecho puramente mental reforzara la práctica política y cultural que se daba desde la culminación de la Independencia.


Ideológicamente, esto implicó la construcción de un regionalismo, que en la primera mitad del siglo se expresó en torno a la defensa de su autonomía, lo que conllevó un difícil proceso de negociación con el poder central mexicano sobre los límites de ésta; y, en la segunda, en la forma en que, sin perder su identidad, Yucatán pudo negociar -por medio de la exitosa oligarquía henequenera- su pertenencia al México republicano y liberal de Juárez y Porfirio Díaz.


“Nos interesa captar las aristas de la transformación de la identidad yucateca durante el siglo XIX, cuya dinámica consideramos que se prolongó hasta 1916, con la desaparición de la vivencia porfirista debido al impacto de la Revolución mexicana”, señala el investigador.


Privilegios económicos y sociales

La Capitanía general de Yucatán declaró unilateralmente su independencia de España en 1821, para luego dar inicio a un proceso de negociación en el seno de México como Estado independiente.

Dicha negociación habría de durar tres décadas, durante las cuales las condiciones de aislamiento geográfico y cultural de la península fueron un elemento que contribuyó a que el regionalismo se viese favorecido y, por lo tanto, a que el proceso de integración a la nación mexicana resultara más complicado.


La élite que impulsaba este proceso de integración buscó, por una parte, garantizar la continuidad de sus privilegios económicos y sociales, manteniendo la subalternidad de la mayoría maya; y, por la otra, fortalecerse frente a las demandas homogeneizadoras del poder central mexicano, las cuales eran exigidas tanto por la construcción del Estado republicano como por la invención de la nación mexicana.


En ese proceso de imaginación de una identidad yucateca jugaron un papel de primer orden los relatos de los viajeros y primeros arqueólogos que recorrieron la península durante el siglo XIX y que “descubrieron” a Occidente el esplendor de la civilización maya.

Los intelectuales yucatecos vieron en ese gesto un elemento que los particularizaba de la forma en que la nación mexicana se construía en torno a la raíz prehispánica de la cultura mexica.


“Asimismo, esos viajeros loaron una geografía que habría de servir de marco real e imaginado al territorio que dicho regionalismo reclamaba como propio, y que abarcaba físicamente lo que es propiamente la península de Yucatán (El Petén, incluso), aunque también se buscaba incluir a la región geográfica de los Ríos, que la limita con Tabasco y Chiapas, por ser fuente de una gran riqueza maderera”, indica Taracena.


Pacto roto

La élite yucateca participó de diversas maneras en la formación del Estado yucateco. Una parte de ella apostó a reelaborar la visión de sí misma, marcando su diferencia con el resto de México y tratando de profundizar los lazos comerciales y políticos con los estados de la federación vecinos (Tabasco y Chiapas) y con Estados Unidos, España y Francia; es decir, su apuesta se movió entre la autonomía y el soberanismo.

La otra parte buscó desde el principio encontrar las formas de articulación con el proyecto nacional mexicano, negociando espacios con el gobierno central, ya fuese centralista o federalista; es decir, consideraba que su destino estaba ligado a México.


“Si bien ambas buscaban garantizar los privilegios económicos y sociales que el régimen colonial les había permitido tener, manteniendo la subalternidad de la mayoría maya, la facción que apostó a la independencia de México se planteó durante un breve lapso (1841-1843) integrar a esa mayoría al proyecto separatista, consciente de que para vencer -como lo hicieron entre 1842 y 1843- a las tropas del presidente Antonio López de Santa Anna en suelo yucateco, era necesaria la formación de un ejército integrado por campesinos, en su mayoría indígenas”, explica el investigador.


De ese modo, dicha facción le prometió a la mayoría maya (que constituía la principal fuerza de trabajo en las haciendas, la tala de bosques y las vías comerciales, así como de abastecimiento de maíz, frijol, chile, etcétera) la supresión de las obvenciones y de otros tributos, y el acceso a una ciudadanía de hecho y derecho. Sin embargo, el miedo a que los indígenas estuviesen armados y el propio beneficio que les proporcionaba la subalternidad de éstos, hizo que no cumpliese con lo prometido.


Así, el pacto tácito logrado por los jefes militares yucatecos se rompió, y en 1843 surgió el primer brote de violencia en contra de los hacendados, que se vio generalizado en contra del gobierno yucateco a raíz del estallido de la “guerra de castas”, cuatro años más tarde.


Elementos ideológicos

Los elementos ideológicos del regionalismo yucateco ya se pueden vislumbrar en la segunda mitad del siglo XVIII, ligados a la potenciación que el sistema de Intendencias le permitió a las regiones históricas en busca de espacios autonómicos en materia política, cultural, económica y hasta eclesial.


Seguidamente, durante la coyuntura continental de independencia y mexicana en particular entre 1810 y 1823, se presentaron nuevas manifestaciones de esa exigencia política de autonomía, que en el transcurso de la década de los años 40 se vio dinamizada, primero, con el triunfo de la revolución federalista encabezada en 1830 por el capitán Santiago Imán y, después, con la llegada al poder de las dos facciones políticas de la élite yucateca que propugnaban por un plan soberanista y que estaban encabezadas por Santiago Méndez y Miguel Barbachano.


“Ambos se alternaron en el poder hasta que en 1847, a raíz de la intervención militar de Estados Unidos, el segundo tomó la decisión de que Yucatán debía de contribuir al lado de todos los mexicanos en el esfuerzo por expulsar a las tropas estadounidenses. Por su parte, Méndez optó primero por la neutralidad y, después, por pedir la ayuda de las potencia extranjeras, incluso la de Washington, para garantizar la independencia yucateca”, dice Taracena. Más información: ataracena@yahoo.com (RGA)

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