viernes, 30 de octubre de 2009

Atlixtac en la Montaña, donde Las nubes acarician la cara

Por: Ramón Cordero Carbajal

Es el municipio de Atlixtac (agua blanca) hasta donde llegó el reportero de Punto Crítico.
Llegué por la mañana; eran las 6, con horario de verano, aún estaba obscuro, de pronto escuche cantar un tecolote a la orilla del monte que se corta junto a una escuela secundaria, me impactó su canto; ya hace tiempo que no lo escuchaba; de pronto vi a 2 personas que se encaminaban por la misma parte donde me bajó el autobús desde la capital.
Escuche risas, eran 2 mujeres diciendo: “cuando el tecolote canta el indio muere, ja, ja, ja, ja”, les repliqué: debe haber por ahí algún muerto, se rieron con más fuerza y desaparecieron en la penumbra.
Seguí mi camino sobre la angosta carretera, a 100 metros está la entrada al pueblo con paredes de adobe carcomido por el tiempo con techos de teja roja, calles muy angostas que apenas cabe un auto, pero eso si ya pavimentadas aunque con muchos baches.
Las blancas nubes pasaban sobre mi rostro a gran velocidad, seguí caminando, los cantos de los gallos se escuchaban a lo lejos, el rebuznar de los burros como que hacían eco; a lo lejos un tocadiscos ya entonaba las golondrinas, en verdad había muerto doña Epifania, dicen que no se atendió oportunamente y fue víctima de un cáncer que le quitó la vida.
A esa hora las campanas retocan doble en señal de hay un difunto, enseguida por micrófono anuncian que se solicitan voluntarios de buen corazón para abrir la sepultura en el campo santo para enterrar a la difunta.
Allí solamente existe una clínica para 26 mil habitantes y solamente atiende durante el día, alguien me dijo que durante las noches se molestan los doctores si les interrumpen su sueño y no le abren al paciente aunque se este muriendo.
Son varias personas que me contaron lo mismo, nadie hace nada, pero los señores médicos y enfermeras eso si cobran puntualmente sus quincenas.
Viene el Día de Muertos, las escuelas de ese municipio cierran desde 3 días antes y ahora como 2 de noviembre es lunes, se tomarán otros 3 y a lo mejor toda la semana, me comentan algunos padres de familia.
Varios niños han muerto de picaduras de alacrán, debido que van desde los ranchos en busca de curaciones, ya estando en la clínica después de tocar las puertas varias veces simplemente no les abren y los niños son victimas por picaduras de alacranes, quitándoles la vida.
Me senté frente al jardín del centro de ese pueblo, de pronto mirè pasar decenas de gente mayor, hombres y mujeres cargando flores, unos vestidos de blanco, con huaraches; aún usan nahuas algunas.
Preparan su ofrenda comunitaria en los corredores del mismo ayuntamiento, cargan entre sus brazos varias cadenas olorosas de flores de Cempasúchil, calabazas, calaveritas de azúcar, adornan con candelabros, manteles blancos y más flores de día de muertos.
Los ancianos se adelantaron 3 días antes de la fecha, pero como si ya fuera el 2 de noviembre, formaron sobre mesas y petates docenas de veladoras prendidas, sahumerios humeantes con olor a copal bendito y fotografías de quienes ya no viven.
Cazuelas olorosas de mole rojo adornadas con mucho ajonjolí, mole verde, de pescado y tamales envueltos con hojas de hierba santa, con carne de guajolote y pollo, frijoles bien refritos, botellas de mezcal (bebida que allí mismo se hace), refrescos, dulces, frutas del tiempo.
Todo lo que le gustaba al muertito en vida, dice una anciana envuelta en su rebozo azul, ella ya sin dientes, su mirada se dirige a mi, al rato vienes –me dice en voz baja- vamos a repartir el mole.
Me acerqué con otra señora, doña Gode, ya de avanzada edad, rebasando los 90 años, me dijo con melancolía, hoy por ellos, mañana quizá por mí.
Últimamente he soñado a mi difunto esposo, el se llamaba Silverio, me acostumbró a recordar a los muertitos, una semana antes de día de muertos hacíamos velas para ofrendar, ahora me siento muy sola, porque era mi única compañía.
Pero yo sigo la misma costumbre de ofrendar, ahora lo hicimos en el ayuntamiento, ya que estamos muy unidos los de la tercera edad y cuando alguien de nosotros muere todos vamos a su entierro, de esa forma no nos sentimos solos.
Muchos ya no tienen familia y la única forma de sentirse acompañado es en este grupo de gente mayor, dice doña Gode, quien también participa activamente con un manojo de alcatraces, con delicadeza los coloca sobre la meza, cuelga unos muñecos de pan de muerto sobre un arco de carrizo cubierto con flores de cempasúchil.
El reportero se retira de las ofrendas de los muertos recordando las palabras que le dijo otro anciano, son bonitas nuestras costumbres de recordar a los difuntos con grandes ofrendas, comida y trago.

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