La autora mexicana habló de su "obsesión por las palabras" y afirmó que escribe porque confía en que "estos tiempos tienen remedio"
A la escritora mexicana Ángeles Mastretta le cuesta hablar de su "obsesión por las palabras", pero hoy realizó una excepción al explicar cómo concibe su oficio y afirmar que se dedica a escribir novelas para contar su "certeza de que estos tiempos tienen remedio", según dijo en un ciclo literario en el que participó en Santander
"Escribimos como quien camina por el borde de un abismo", señaló la autora, que ha cosechado grandes éxitos con sus novelas, traducidas a más de veinte idiomas.
Mastretta (Puebla, 1949) ha sido merecedora, además, de premios tan importantes como el Rómulo Gallegos, por Mal de amores, o el Mazatlán por Arráncame la vida, libro que ha sido llevado al cine por Roberto Schneider.
Su intervención hoy, en la segunda jornada del ciclo "Lecciones y maestros" que se celebra estos días en la ciudad española de Santander, estuvo impregnada de emoción e intensidad, cuando se refirió a la epilepsia que padece y, sobre todo, cuando leyó un texto dedicado a la muerte de sus padres.
Mis dos cenizas, nombre de ese texto forma parte de la nueva novela en la que la escritora mexicana está trabajando actualmente.
A Mastretta, de 59 años, se le quebró la voz al recordar que su padre, hijo de un inmigrante italiano que llegó a México a principios del siglo pasado, vivió en Italia la II Guerra Mundial, "un abismo" que "nunca pudo borrar de su memoria", pese a que, cuando regresó a América, "no volvió a mencionarla".
"Ni mi madre, que durmió junto a él veinte años, supo del espanto que atenazó su vida y su imaginación desde entonces y para siempre", recordó.
Carlos Mastretta, padre de la escritora, murió a los 58 años, y durante mucho tiempo Ángeles se echó la culpa de esa muerte, quizá porque meses antes decidió irse "de golpe", junto a dos de sus hermanos, a vivir a la ciudad de México, dejando a su progenitor en Puebla con la angustia de esa guerra de la que nunca hablaba.
Aún así "se le veía contento, sobre todo el domingo", cuando escribía, gratis, un artículo para el periódico en que publicó durante más de quince años, y del que acabaron "despidiéndolo por comunista, a él que un instante, no sé que tan largo y tan cierto, llegó a creer en la barbaridad fascista", recordó la autora.
Cuando Ángeles y sus hermanos encontraron "cauce" en la vida, la madre, que nuca volvió a casarse a pesar de quedar viuda a la temprana edad de 46 años, "estudió la preparatoria a los sesenta y terminó la carrera a los setenta".
Mastretta se ha pasado la vida desafiando sus "certidumbres" de la infancia y adolescencia, y por eso "tal vez del aplomo necio con que creía saberlo todo en esos días, se derive mi actual vocación por lo incierto", reflexionó.
"Los escritores trabajamos para soñar con otros, para mejorar nuestro destino. Cumplimos con el deber de inventar cada mañana un mundo", afirmó Mastretta en otro momento de su intervención.
Con la misma naturalidad con la que habló de su oficio de escritora, se refirió a la epilepsia que padece desde niña, esa "enfermedad de genios", según le decía su amigo el poeta Renato Leduc, que a ella le hacía escuchar, en los ataques, "ruidos como luciérnagas", oír "fantasmas que acarician" o sentir "una música que parece un sueño". Santillana del Mar, España/EFE (El Universal)
"Escribimos como quien camina por el borde de un abismo", señaló la autora, que ha cosechado grandes éxitos con sus novelas, traducidas a más de veinte idiomas.
Mastretta (Puebla, 1949) ha sido merecedora, además, de premios tan importantes como el Rómulo Gallegos, por Mal de amores, o el Mazatlán por Arráncame la vida, libro que ha sido llevado al cine por Roberto Schneider.
Su intervención hoy, en la segunda jornada del ciclo "Lecciones y maestros" que se celebra estos días en la ciudad española de Santander, estuvo impregnada de emoción e intensidad, cuando se refirió a la epilepsia que padece y, sobre todo, cuando leyó un texto dedicado a la muerte de sus padres.
Mis dos cenizas, nombre de ese texto forma parte de la nueva novela en la que la escritora mexicana está trabajando actualmente.
A Mastretta, de 59 años, se le quebró la voz al recordar que su padre, hijo de un inmigrante italiano que llegó a México a principios del siglo pasado, vivió en Italia la II Guerra Mundial, "un abismo" que "nunca pudo borrar de su memoria", pese a que, cuando regresó a América, "no volvió a mencionarla".
"Ni mi madre, que durmió junto a él veinte años, supo del espanto que atenazó su vida y su imaginación desde entonces y para siempre", recordó.
Carlos Mastretta, padre de la escritora, murió a los 58 años, y durante mucho tiempo Ángeles se echó la culpa de esa muerte, quizá porque meses antes decidió irse "de golpe", junto a dos de sus hermanos, a vivir a la ciudad de México, dejando a su progenitor en Puebla con la angustia de esa guerra de la que nunca hablaba.
Aún así "se le veía contento, sobre todo el domingo", cuando escribía, gratis, un artículo para el periódico en que publicó durante más de quince años, y del que acabaron "despidiéndolo por comunista, a él que un instante, no sé que tan largo y tan cierto, llegó a creer en la barbaridad fascista", recordó la autora.
Cuando Ángeles y sus hermanos encontraron "cauce" en la vida, la madre, que nuca volvió a casarse a pesar de quedar viuda a la temprana edad de 46 años, "estudió la preparatoria a los sesenta y terminó la carrera a los setenta".
Mastretta se ha pasado la vida desafiando sus "certidumbres" de la infancia y adolescencia, y por eso "tal vez del aplomo necio con que creía saberlo todo en esos días, se derive mi actual vocación por lo incierto", reflexionó.
"Los escritores trabajamos para soñar con otros, para mejorar nuestro destino. Cumplimos con el deber de inventar cada mañana un mundo", afirmó Mastretta en otro momento de su intervención.
Con la misma naturalidad con la que habló de su oficio de escritora, se refirió a la epilepsia que padece desde niña, esa "enfermedad de genios", según le decía su amigo el poeta Renato Leduc, que a ella le hacía escuchar, en los ataques, "ruidos como luciérnagas", oír "fantasmas que acarician" o sentir "una música que parece un sueño". Santillana del Mar, España/EFE (El Universal)
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