La ensayista Beatriz Preciado investiga y reflexiona sobre las aportaciones a la cultura popular de la revista del conejo
A más de cinco décadas de distancia, Playboy se mantiene como el “Disneyland para adultos” que concibió su creador Hugh Hefner en plena Guerra Fría; sin embargo, ese imperio sexual y mediático que en su primera edición de 1953 exhibió desnudos de Marilyn Monroe y logró ventas inesperadas de 54 mil ejemplares, vive su desplome económico desde la entrada del sexo en internet.
Una disección profunda, demuestra que la revista del conejito es mucho más que papel y mujeres desnudas en poses eróticas; Playboy consiguió crear un conjunto de espacios que, a través de una difusión mediática, encarnó la nueva utopía erótica popular a partir de los 50 y fue tan exitosa que, a finales de la década de los 70, llegó a tener hasta seis millones de lectores.
Aunque a principios de 2010 el creador de esta Disneyland publicó su autobiografía ilustrada en seis volúmenes que en conjunto suman 3 mil 500 páginas traducidas a cuatro idiomas, la verdadera disección de ese imperio del sexo ha sido hecho por la filósofa española Beatriz Preciado en su libro Pornotopía. Arquitectura y sexualidad en Playboy durante la Guerra Fría, que resultó finalista del Premio Anagrama de Ensayo.
Ese trabajo demuestra que Playboy no es simplemente una revista de contenido erótico, sino que forma parte del imaginario arquitectónico de la segunda mitad del siglo XX; tanto que ese imperio que Beatriz Preciado asume como “la primera pornotopía de la era de la comunicación de masas”, es al mismo tiempo el ático de soltero, el avión privado, el club y sus habitaciones secretas, el jardín transformado en zoológico y el oasis urbano que en los años 60 inicia una operación mediático-inmobiliaria.
La autora del libro afirma que, en la década de los 60, Playboy construye un archipiélago de clubs nocturnos y hoteles diseminado a lo largo de ciudades de América y Europa, llenando después las páginas de la revista con reportajes que permiten observar el interior de esos singulares espacios”.
Las claves del éxito
La lógica de Playboy consistió desde su primer número en combinar las fotografías de chicas guapas desnudas capturadas por Russ Meyer o Bunny Yeager, con textos, entrevistas y reportajes sobre Andy Warhol, Jack Kerouac, James Baldwin o Franck Lloyd Wright, así como amplios trabajos en color sobre arquitectura, decoración o moda masculina.
Con ello, señala Beatriz Preciado, “la revista reunía en un mismo medio las prácticas de la lectura de textos e imágenes y la masturbación, haciendo que el deseo sexual se extendiera indiscriminadamente desde el jazz hasta los paneles de formica de las mesas de oficina anunciadas en sus páginas. Playboy estaba inventando nuevos modos de producción de sentido y subjetividad que iban a caracterizar la cultura americana de finales sel siglo XX”, afirma la autora.
A partir de que la filósofa española cayó en la cuenta que Playboy era más que una revista de chicas con o sin bikini y que más bien se trataba de un ambicioso proyecto arquitectónico-mediático que buscaba desplazar la casa heterosexual por un espacio de producción de placer y de capital, comenzó esta investigación con todo el rigor de la academia.
“Y es que Playboy no sólo construía un nuevo consumidor masculino urbano, sino que diseñaba un nuevo tipo de afecto, de deseo y práctica sexual distinto al que dominaba la ética del ‘breadwinner’, el decente trabajador y buen marido blanco y heterosexual promovido por el discurso gubernamental americano tras la Segunda Guerra Mundial”, señala.
Para llevar a la academia esas temáticas de la cultura popular, sobre todo tratándose de una revista para caballeros, Preciado tuvo que vencer prejuicios, rechazos y desprecios que existen por todos los ámbitos de producción de cultura popular. “Lo porno aparece como escoria; y más allá de eso, era intentar desde la filosofía y la teoría crítica aproximarse a la pornografía, mucho menos viniendo del análisis del feminismo”.
La pornotopía
Lo que detonó el interés de la investigadora por explorar la emergencia de un nuevo discurso sobre el género, la sexualidad, el porno, la domesticidad y el espacio público durante la Guerra Fría, fue ver a un Hugh Hefner en pijama, bata y zapatillas de descanso hablando sobre la importancia de la arquitectura en el imperio Playboy, y hablaba de la necesidad de crear una casa de ensueño para el hombre heterosexual, soltero y moderno, donde todo girara alrededor del dormitorio.
La autora de otros libros como Testo Yonqui y Terror anal asegura que, a través de Playboy, pudo estudiar “las mutaciones que ha sufrido la humanidad desde la Guerra Fría hasta el capitalismo, cuyos medios de producción son el sexo, las drogas y la información”.
En la entrevista televisiva en la que Beatriz Preciado escuchó a Hugh Hefner, éste habló de cómo nació la idea de su casa de ensueño: como él se había criado en un ambiente muy represor y conformista, buscaba crear su propio universo “donde me sintiera libre para vivir y amar de un modo que la mayoría de la gente apenas se atreve a soñar”.
Proyecto arquitectónico-mediático
La hipótesis principal de Beatriz Preciado al emprender esta investigación sobre sexualidad y pornografía, fue saber si era posible entender a Hefner como pop-arquitecto y al imperio Playboy como una oficina multimedia de producción arquitectónica y ejemplo de la transformación de la arquitectura a través de los medios de comunicación.
Su propósito era mostrar que Playboy no sólo contribuyó a la modernización de la arquitectura durante la Guerra Fría, sino que se comportó como una auténtica oficina de producción arquitectónica multimedia difundiendo su modelo de utopía sexual, postdoméstica y urbana representada en las mansiones de Chicago y Los Ángeles, clubes, hoteles, agencias de viajes, los programas de televisión, el cine, el video, internet, el videojuego y el marketing.
Los datos y los hechos le demostraron que Playboy hizo más por la arquitectura y el diseño en Estado Unidos que varias revistas especializadas, pues en cada nuevo número, desde 1953, ya era una plataforma de difusión de la arquitectura y el diseño como bienes centrales de consumo de la nueva cultura popular americana; aunque por supuesto enfocada al hombre soltero, heterosexual y moderno en busca de placer y diversión.
En ese laboratorio interior que tiene su más clara representación en una mansión donde el creador siempre está rodeado de conejitas en bikini, se aprecia que la arquitectura funciona como un escenario en el que se teatraliza la intensidad masculina. Un imperio que, a pesar de haber vivido cinco décadas de gran bonanza económica, hoy se demorona, y cuyas ventas nada tienen que ver con los años 70, cuando vendía hasta siete millones de ejemplares.
Preciado afirma que ni los programas de televisión, ni los videojuegos, ni la venta de productos derivados han podido evitar las pérdidas que se agravan año con año; el ejemplo más claro es su declive inmobiliario. De las decenas de clubes y hoteles que abrió Playboy Enterprices Inc. y que en la actualidad dirige Christine, la hija de Hugh, hoy la empresa sólo mantiene el hotel de Las Vegas y, por supuesto, la Mansión West habitada por el hombre de la bata de seda.
Y es que a Beatriz Preciado le interesaba ver a Playboy como una empresa multinacional y multimedia de carácter global, como Nike o McDonalds, porque en su conjunto da cuenta de las mutaciones de la sociedad estadounidense durante la segunda mitad del siglo XX.
A más de cinco décadas de distancia, Playboy se mantiene como el “Disneyland para adultos” que concibió su creador Hugh Hefner en plena Guerra Fría; sin embargo, ese imperio sexual y mediático que en su primera edición de 1953 exhibió desnudos de Marilyn Monroe y logró ventas inesperadas de 54 mil ejemplares, vive su desplome económico desde la entrada del sexo en internet.
Una disección profunda, demuestra que la revista del conejito es mucho más que papel y mujeres desnudas en poses eróticas; Playboy consiguió crear un conjunto de espacios que, a través de una difusión mediática, encarnó la nueva utopía erótica popular a partir de los 50 y fue tan exitosa que, a finales de la década de los 70, llegó a tener hasta seis millones de lectores.
Aunque a principios de 2010 el creador de esta Disneyland publicó su autobiografía ilustrada en seis volúmenes que en conjunto suman 3 mil 500 páginas traducidas a cuatro idiomas, la verdadera disección de ese imperio del sexo ha sido hecho por la filósofa española Beatriz Preciado en su libro Pornotopía. Arquitectura y sexualidad en Playboy durante la Guerra Fría, que resultó finalista del Premio Anagrama de Ensayo.
Ese trabajo demuestra que Playboy no es simplemente una revista de contenido erótico, sino que forma parte del imaginario arquitectónico de la segunda mitad del siglo XX; tanto que ese imperio que Beatriz Preciado asume como “la primera pornotopía de la era de la comunicación de masas”, es al mismo tiempo el ático de soltero, el avión privado, el club y sus habitaciones secretas, el jardín transformado en zoológico y el oasis urbano que en los años 60 inicia una operación mediático-inmobiliaria.
La autora del libro afirma que, en la década de los 60, Playboy construye un archipiélago de clubs nocturnos y hoteles diseminado a lo largo de ciudades de América y Europa, llenando después las páginas de la revista con reportajes que permiten observar el interior de esos singulares espacios”.
Las claves del éxito
La lógica de Playboy consistió desde su primer número en combinar las fotografías de chicas guapas desnudas capturadas por Russ Meyer o Bunny Yeager, con textos, entrevistas y reportajes sobre Andy Warhol, Jack Kerouac, James Baldwin o Franck Lloyd Wright, así como amplios trabajos en color sobre arquitectura, decoración o moda masculina.
Con ello, señala Beatriz Preciado, “la revista reunía en un mismo medio las prácticas de la lectura de textos e imágenes y la masturbación, haciendo que el deseo sexual se extendiera indiscriminadamente desde el jazz hasta los paneles de formica de las mesas de oficina anunciadas en sus páginas. Playboy estaba inventando nuevos modos de producción de sentido y subjetividad que iban a caracterizar la cultura americana de finales sel siglo XX”, afirma la autora.
A partir de que la filósofa española cayó en la cuenta que Playboy era más que una revista de chicas con o sin bikini y que más bien se trataba de un ambicioso proyecto arquitectónico-mediático que buscaba desplazar la casa heterosexual por un espacio de producción de placer y de capital, comenzó esta investigación con todo el rigor de la academia.
“Y es que Playboy no sólo construía un nuevo consumidor masculino urbano, sino que diseñaba un nuevo tipo de afecto, de deseo y práctica sexual distinto al que dominaba la ética del ‘breadwinner’, el decente trabajador y buen marido blanco y heterosexual promovido por el discurso gubernamental americano tras la Segunda Guerra Mundial”, señala.
Para llevar a la academia esas temáticas de la cultura popular, sobre todo tratándose de una revista para caballeros, Preciado tuvo que vencer prejuicios, rechazos y desprecios que existen por todos los ámbitos de producción de cultura popular. “Lo porno aparece como escoria; y más allá de eso, era intentar desde la filosofía y la teoría crítica aproximarse a la pornografía, mucho menos viniendo del análisis del feminismo”.
La pornotopía
Lo que detonó el interés de la investigadora por explorar la emergencia de un nuevo discurso sobre el género, la sexualidad, el porno, la domesticidad y el espacio público durante la Guerra Fría, fue ver a un Hugh Hefner en pijama, bata y zapatillas de descanso hablando sobre la importancia de la arquitectura en el imperio Playboy, y hablaba de la necesidad de crear una casa de ensueño para el hombre heterosexual, soltero y moderno, donde todo girara alrededor del dormitorio.
La autora de otros libros como Testo Yonqui y Terror anal asegura que, a través de Playboy, pudo estudiar “las mutaciones que ha sufrido la humanidad desde la Guerra Fría hasta el capitalismo, cuyos medios de producción son el sexo, las drogas y la información”.
En la entrevista televisiva en la que Beatriz Preciado escuchó a Hugh Hefner, éste habló de cómo nació la idea de su casa de ensueño: como él se había criado en un ambiente muy represor y conformista, buscaba crear su propio universo “donde me sintiera libre para vivir y amar de un modo que la mayoría de la gente apenas se atreve a soñar”.
Proyecto arquitectónico-mediático
La hipótesis principal de Beatriz Preciado al emprender esta investigación sobre sexualidad y pornografía, fue saber si era posible entender a Hefner como pop-arquitecto y al imperio Playboy como una oficina multimedia de producción arquitectónica y ejemplo de la transformación de la arquitectura a través de los medios de comunicación.
Su propósito era mostrar que Playboy no sólo contribuyó a la modernización de la arquitectura durante la Guerra Fría, sino que se comportó como una auténtica oficina de producción arquitectónica multimedia difundiendo su modelo de utopía sexual, postdoméstica y urbana representada en las mansiones de Chicago y Los Ángeles, clubes, hoteles, agencias de viajes, los programas de televisión, el cine, el video, internet, el videojuego y el marketing.
Los datos y los hechos le demostraron que Playboy hizo más por la arquitectura y el diseño en Estado Unidos que varias revistas especializadas, pues en cada nuevo número, desde 1953, ya era una plataforma de difusión de la arquitectura y el diseño como bienes centrales de consumo de la nueva cultura popular americana; aunque por supuesto enfocada al hombre soltero, heterosexual y moderno en busca de placer y diversión.
En ese laboratorio interior que tiene su más clara representación en una mansión donde el creador siempre está rodeado de conejitas en bikini, se aprecia que la arquitectura funciona como un escenario en el que se teatraliza la intensidad masculina. Un imperio que, a pesar de haber vivido cinco décadas de gran bonanza económica, hoy se demorona, y cuyas ventas nada tienen que ver con los años 70, cuando vendía hasta siete millones de ejemplares.
Preciado afirma que ni los programas de televisión, ni los videojuegos, ni la venta de productos derivados han podido evitar las pérdidas que se agravan año con año; el ejemplo más claro es su declive inmobiliario. De las decenas de clubes y hoteles que abrió Playboy Enterprices Inc. y que en la actualidad dirige Christine, la hija de Hugh, hoy la empresa sólo mantiene el hotel de Las Vegas y, por supuesto, la Mansión West habitada por el hombre de la bata de seda.
Y es que a Beatriz Preciado le interesaba ver a Playboy como una empresa multinacional y multimedia de carácter global, como Nike o McDonalds, porque en su conjunto da cuenta de las mutaciones de la sociedad estadounidense durante la segunda mitad del siglo XX.
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