miércoles, 12 de mayo de 2010

Colors of Buddha en la casa Lamm

Por: Francisco Medina

Casa Tíbet en colaboración con el Gobierno de Holanda y el Centro de Cultura Casa Lamm presentarán el 15 y 16 de mayo a las 19:00 horas el cine-concierto: “Colors of Buddha”, con Sidartha Siliceo y Prem Sanyas Ensemble, acompañados de los músicos Heiko Dijker, Celine Wadier,Julia Ohrmann y Lenneke Van Staalen.

El Concierto está diseñado para musicalizar una joya del cine mudo: La Película Prem Sanyas (Amor y devoción) es una producción alemana, filmada en el año de 1926 en India y nos narra magistralmente la vida del Príncipe Gautama.


Albert Camus, un ateo con espíritu

Por: Francisco Medina

Hace exactamente cincuenta años murió por accidente y prematuramente Albert Camus. Sorpresivamente, como era su vida y obra. Hombre con un extremo talento, francés-argelino, hijo de una mujer humilde y afectuosa a quien siempre dedicó gran afecto. Su padre murió en la guerra en 1914, lo que obligó a su madre a mudarse a un barrio trabajador, haciendo que su hijo conociera a temprana edad la pobreza y la dificultad de vida.

Escritor brillante y pensador excitante, Camus desde temprano se debatió entre la grandeza de su espíritu y la fascinación por la trascendencia, lo que lo llevó incluso a elaborar su tesis de doctorado sobre San Agustín. Antes de recibir el Premio Nobel de Literatura en Suecia, se retiró en los aposentos de la filósofa y mística Simone Weil, a quien admiraba hace mucho tiempo. Es el absurdo de la existencia lo que lo llevaba a cuestionamientos bien próximos de la Teodicea.

Sin embargo, no se deben simplificar sus posiciones sobre la existencia de Dios llamándolo simplemente ateo. Camus, es en realidad, anti-teísta. Critica al Dios que la tradición de las Iglesias cristianas diseminó en el Occidente, cuestionándole la veracidad mediante el sufrimiento del mundo y de la existencia del mal. La existencia humana, para él, es entendida a partir del mito de Sísifo, que se esfuerza descomunalmente para llevar a la cima de un cerro una enorme piedra y que, cada dos pasos que da en la subida, es forzado a bajar otros tantos debido al peso de la piedra. El absurdo de este perpetuo y fracasado esfuerzo, lleva a Camus a cuestionarse si realmente existe un sentido para la vida y a preguntarse por qué el Creador permanece en silencio ante tantos misterios insondables.

Tal vez entre sus libros, el que más cuestiona a la teología, sea el maravilloso romance La peste. En una ciudad que puede ser el mundo, los ratones desencadenan una mortal epidemia que no perdona a nadie. Poco a poco todos van cayendo: mujeres, jóvenes y niños, victimados por la horrible enfermedad que no escoge a sus víctimas. El protagonista, el doctor Rieux, ateo, se pregunta incesablemente, mientras dedica el mejor periodo de su juventud a cuidar de los enfermos terminales: ¿Por qué? ¿Por qué?

Su joven ayudante, Tarrou, muere en sus brazos, y la pregunta siempre está en sus labios: ¿Puede ser un santo sin Dios? Confrontado con el personaje de Rieux, el cura Paneloux afirma la existencia de Dios con el discurso tradicional de la fe. El romance termina y todos los que lo leemos sabemos que la pregunta de Camus no es sin fundamentos, porque conocemos tantos y tantas personas que vivieron y viven esa santidad sin Dios; ese ateísmo honesto y lleno de espíritu que rehúsa a un Dios impuesto que nada les dice y que se resume en una repetición de fórmulas y normas sin una experiencia que haga sentido y una práctica coherente.

Las generaciones jóvenes ya no leen Camus; su obra literaria y filosófica. Conjuntamente a Sartre, fue responsable por toda una corriente de pensamiento que revolucionó el pensamiento del siglo XX, el Existencialismo. En tiempos de un razón tan cínica y cética como los nuestros, habría que volver a estudiar a Camus —me atrevo a decir— más que a Sartre. Cómo no volver a sus fascinantes romances El extranjero, La peste, a sus ensayos profundos, El mito de Sísifo. En fin, ¿cómo no debatir todas las cuestiones tan profundas y actuales que ese argelino levantó no sólo para una generación, sino para todas, inclusive a la nuestra?

Desde el inicio de la segunda década del siglo XXI, en plena secularización, cuando la vivencia de la fe tiene que enfrentarse cada vez más con una mayor desinstitucionalización, la misma teología se pregunta ante la obra camusiana: ¿cómo dialogar con los santos sin Dios, con los místicos sin iglesia del mundo de hoy? ¿Tal vez no serían ellos y ellas los grandes compañeros e interlocutores a los cuales deberíamos aproximarnos para intentar construir un mundo mejor? Ojalá los 50 años de la muerte de Camus y su celebración puedan inspirarnos en ese sentido.

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