Está por presentar El don de la vida, su más reciente novela, y no pierde ocasión para contar a los lectores de MILENIO algunas de sus claves y volver sobre sus polémicos puntos de vista.
Si uno goza de la suerte de tener a Fernando Vallejo (Medellín, 1942) como anfitrión, invariablemente notará que hace gala de finas maneras y una amable conversación que, sin embargo, en un momento dado desembocan en toda esa explosividad argumental y en el espinoso talento que lo caracteriza.
Haya polémica o no, frente al autor de La virgen de los sicarios ninguno de sus interlocutores puede salir indemne. Sus puntos de vista, siempre de una gran agudeza, pondrán a prueba lo mismo a beatos que liberales, revolucionarios o reaccionarios.
De Vallejo se espera que sea un espléndido anfitrión antes que un entrevistado convencional. “Les tengo más miedo a los entrevistadores que llegan a mi casa con papel y lápiz que a los sicarios de Medellín”, le confesó alguna vez a Juan Villoro.
Así que debimos atenernos a su generosa disposición para responder a un cuestionario en el que aborda algunos aspectos de su última novela, El don de la vida (Alfaguara, 2010), a la vez que ratifica algunos de los puntos de vista que lo han colocado una y otra vez en el centro del debate.
¿Cuál ha sido tu experiencia al retratar la vejez en El don de la vida?
Todas mis novelas —las cinco de El río del tiempo y las seis que le siguen— están escritas por un viejo; y tal vez alguna, La Rambla paralela, por un muerto. Bueno, no se sabe muy bien. Y es que los muertos no saben que lo están, ésas son apreciaciones de los vivos. De los que creen que están vivos.
¿No sientes que El don de la vida, a pesar de los destellos de vitalidad que contiene, desborda una suerte de sabiduría amarga y desencantada?
Los jóvenes pueden llegar a ser eruditos, pero no sabios. La sabiduría es cosa de los viejos, aunque no de todos: de algunos, de unos pocos, de los que se han dado cuenta del inmenso desastre que es esto y de que como no sea para la muerte no vamos para ninguna parte. De que estamos muriéndonos todos los días de a poquito.
Por un momento, tu personaje, incontenible, apunta que a los chicos de 12 años no hay que verlos sólo como tales, sino como “fieras sexuales”. ¿No temes que algunas buenas conciencias te acusen de hacer “apología de la pederastia” como ya le ocurrió incluso a tu paisano García Márquez?
No sabes el desprecio tan grande que me producen los de las buenas conciencias; esto es, los hipócritas, los tartufos. Vivimos en un mundo inmoral de carnívoros y de reprimidos sexuales. Ahora estos degenerados carnívoros y reprimidos sexuales resolvieron hacer de los curas pederastas los chivos expiatorios de su sociedad monstruosa. Los que hoy ponen el grito en cielo porque un cura masturba a un muchachito son los mismos que se comen a los pollos, a las vacas, a los cerdos, con la conciencia tranquila de buenos cristianos y la venia del Papa, sin que se les pase ni un solo instante por la cabeza el crimen infame que están cometiendo ni se les ablande por un solo momento el corazón. ¡Buenos cristianos, claro! O sea malvados.
De la violencia colombiana (por ti vivida y novelada), a la violencia mexicana, ¿cuál es tu balance?
Colombia y México, así no les guste a los colombianos y a los mexicanos, están, y desde hace mucho, entre los países más asesinos del planeta. A Medellín y a Cali los destruyeron en esa guerra insensata de la sociedad colombiana contra los narcotraficantes, la que nos fue impuesta por Estados Unidos. Medellín se recuperó; Cali, que era una ciudad próspera, hoy es una ciudad en ruinas. La guerra contra las drogas no es ganable, como no lo era la guerra que casaron en Estados Unidos contra el consumo de alcohol en tiempos de Al Capone y la prohibición. Que México aprenda de eso, y de Colombia. Que legalice las drogas y no le entre al juego impuesto por los norteamericanos, que la sangre que se está derramando aquí es de mexicanos.
Papas y reyes existen desde hace siglos, también los representantes de las “buenas costumbres”, en fin, todos esos personajes que desprecias. ¿Hay otra época que te hubiera gustado vivir?
Doscientos sesenta y cinco papas exactamente, a cuál más mentiroso, más tartufo, más criminal. El más asesino fue Lotario da Segni. Pero el más dañino lo tuvimos ante nuestros ojos aquí, a tiro de piedra, el polaco infame Wojtyla, alias Juan Pablo II, el que vino en cuatro ocasiones a México a azuzar la paridera en un mundo superpoblado. Gracias a su oposición al control de la natalidad, ayudó más que nadie a subirle a la población mundial dos mil doscientos millones que se dicen rápido, pero que son los que le tomó al planeta desde el principio de la vida hasta 1930.
En cuanto a la época en que me hubiera gustado vivir… Ninguna. En mala hora mi papá y mi mamá me sacaron de la paz de la nada, a la que ya volvieron este par de lujuriosos dañinos, y a la que dentro de poco volveré yo, por mano propia o ajena.
El don de la vida será presentada por el autor y David William Foster el miércoles 26 de mayo, 19:30 hrs. Sala 1 de la Cineteca Nacional. Av. México-Coyoacán 389, Col. Xoco.
México, D.F.
Si uno goza de la suerte de tener a Fernando Vallejo (Medellín, 1942) como anfitrión, invariablemente notará que hace gala de finas maneras y una amable conversación que, sin embargo, en un momento dado desembocan en toda esa explosividad argumental y en el espinoso talento que lo caracteriza.
Haya polémica o no, frente al autor de La virgen de los sicarios ninguno de sus interlocutores puede salir indemne. Sus puntos de vista, siempre de una gran agudeza, pondrán a prueba lo mismo a beatos que liberales, revolucionarios o reaccionarios.
De Vallejo se espera que sea un espléndido anfitrión antes que un entrevistado convencional. “Les tengo más miedo a los entrevistadores que llegan a mi casa con papel y lápiz que a los sicarios de Medellín”, le confesó alguna vez a Juan Villoro.
Así que debimos atenernos a su generosa disposición para responder a un cuestionario en el que aborda algunos aspectos de su última novela, El don de la vida (Alfaguara, 2010), a la vez que ratifica algunos de los puntos de vista que lo han colocado una y otra vez en el centro del debate.
¿Cuál ha sido tu experiencia al retratar la vejez en El don de la vida?
Todas mis novelas —las cinco de El río del tiempo y las seis que le siguen— están escritas por un viejo; y tal vez alguna, La Rambla paralela, por un muerto. Bueno, no se sabe muy bien. Y es que los muertos no saben que lo están, ésas son apreciaciones de los vivos. De los que creen que están vivos.
¿No sientes que El don de la vida, a pesar de los destellos de vitalidad que contiene, desborda una suerte de sabiduría amarga y desencantada?
Los jóvenes pueden llegar a ser eruditos, pero no sabios. La sabiduría es cosa de los viejos, aunque no de todos: de algunos, de unos pocos, de los que se han dado cuenta del inmenso desastre que es esto y de que como no sea para la muerte no vamos para ninguna parte. De que estamos muriéndonos todos los días de a poquito.
Por un momento, tu personaje, incontenible, apunta que a los chicos de 12 años no hay que verlos sólo como tales, sino como “fieras sexuales”. ¿No temes que algunas buenas conciencias te acusen de hacer “apología de la pederastia” como ya le ocurrió incluso a tu paisano García Márquez?
No sabes el desprecio tan grande que me producen los de las buenas conciencias; esto es, los hipócritas, los tartufos. Vivimos en un mundo inmoral de carnívoros y de reprimidos sexuales. Ahora estos degenerados carnívoros y reprimidos sexuales resolvieron hacer de los curas pederastas los chivos expiatorios de su sociedad monstruosa. Los que hoy ponen el grito en cielo porque un cura masturba a un muchachito son los mismos que se comen a los pollos, a las vacas, a los cerdos, con la conciencia tranquila de buenos cristianos y la venia del Papa, sin que se les pase ni un solo instante por la cabeza el crimen infame que están cometiendo ni se les ablande por un solo momento el corazón. ¡Buenos cristianos, claro! O sea malvados.
De la violencia colombiana (por ti vivida y novelada), a la violencia mexicana, ¿cuál es tu balance?
Colombia y México, así no les guste a los colombianos y a los mexicanos, están, y desde hace mucho, entre los países más asesinos del planeta. A Medellín y a Cali los destruyeron en esa guerra insensata de la sociedad colombiana contra los narcotraficantes, la que nos fue impuesta por Estados Unidos. Medellín se recuperó; Cali, que era una ciudad próspera, hoy es una ciudad en ruinas. La guerra contra las drogas no es ganable, como no lo era la guerra que casaron en Estados Unidos contra el consumo de alcohol en tiempos de Al Capone y la prohibición. Que México aprenda de eso, y de Colombia. Que legalice las drogas y no le entre al juego impuesto por los norteamericanos, que la sangre que se está derramando aquí es de mexicanos.
Papas y reyes existen desde hace siglos, también los representantes de las “buenas costumbres”, en fin, todos esos personajes que desprecias. ¿Hay otra época que te hubiera gustado vivir?
Doscientos sesenta y cinco papas exactamente, a cuál más mentiroso, más tartufo, más criminal. El más asesino fue Lotario da Segni. Pero el más dañino lo tuvimos ante nuestros ojos aquí, a tiro de piedra, el polaco infame Wojtyla, alias Juan Pablo II, el que vino en cuatro ocasiones a México a azuzar la paridera en un mundo superpoblado. Gracias a su oposición al control de la natalidad, ayudó más que nadie a subirle a la población mundial dos mil doscientos millones que se dicen rápido, pero que son los que le tomó al planeta desde el principio de la vida hasta 1930.
En cuanto a la época en que me hubiera gustado vivir… Ninguna. En mala hora mi papá y mi mamá me sacaron de la paz de la nada, a la que ya volvieron este par de lujuriosos dañinos, y a la que dentro de poco volveré yo, por mano propia o ajena.
El don de la vida será presentada por el autor y David William Foster el miércoles 26 de mayo, 19:30 hrs. Sala 1 de la Cineteca Nacional. Av. México-Coyoacán 389, Col. Xoco.
México, D.F.
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