La escritora ganadora del Premio Nobel de literatura reconoció que en su país no existe el término de oposición, pues al que piensa distinto se le ve como enemigo
Rumanía, hogar y muerte fueron los tres ejes sobre los que giró la rueda de prensa que la ganadora del Nobel de Literatura 2009, Herta Müller, ofreció en la Academia Sueca de Estocolmo, donde afirmó, un día después de las elecciones en su país, que "en Rumanía no existe la oposición, existe el enemigo".
Müller, nacida en 1953 en una comunidad suaba de Nytzkydorf (Rumanía), todavía se estremece al ver la sombra de la dictadura comunista de Nicolai Ceaucescu, la misma que le ha impulsado a canalizar su dolor a través de un corpus literario que, con títulos como "La piel del zorro" o "La bestia del corazón", se ha hecho con el máximo honor de la Letras.
Rumanía celebró ayer sus elecciones generales, pero Müller sigue sin verle el rostro a la democracia. "Todavía hay un gran legado de la dictadura. No podemos hablar de cambio, sino de restauración. Un 40 por ciento de la gente que trabajaba en la Securitate -servicio secreto de la época de Ceaucescu- sigue trabajando en lo mismo".
"Rumanía necesita una sociedad civil, y todavía no la tiene. Vive una mezcla de desorientación y brutalidad que sin duda son resquicios de la dictadura. Y no se ha aprendido a discutir. No existe oposición, sino enemigo. Así no se pueden construir herramientas para combatir la corrupción", aseguró.
"No estoy a favor de la pena de muerte, pero deseé la de Ceaucescu durante veinte años", concluyó.
La muerte, sin duda, planea sobre gran parte de su obra. Una muerte como ritual, una presencia que produce miedo y parálisis en una sociedad que por momentos parece inerte.
"De esas camas la abuela dijo un día que eran ataúdes, y de los que yacían dentro que eran muertos. Y al decirlo pensó que yo no entendería la palabra. Y yo la entendí sin haberlo oído nunca antes", escribía en "En tierras bajas", su primera obra, que fue censurada en Rumanía y finalmente editada en 1982 en Alemania.
Entre un país y otro, Müller sigue siendo una hija del desarraigo.
"Mi casa era mi casa, pero si eres perseguida, si estás asustada, no tienes sensación de hogar" explicó. La vida de una familia como la suya que espera en Rumanía los visados para trasladarse a Alemania quedó plasmada magistralmente en "El hombre es un gran faisán en el mundo".
"Todo el mundo tiene necesidad de pertenencia a algo. Jorge Semprún decía que la lengua es un hogar, pero yo no estoy de acuerdo. Será porque tanto el nacionalsocialismo como el comunismo han abusado mucho de algo como el hogar y como la lengua", explicó Müller, cuya vida sufrió las embestidas de una y otra ideología.
Aunque desde 1987 Müller vive en Berlín y escribe en alemán, la escritora sigue atrapada por su pasado rumano, pues la inspiración para su obra han sido sus mayores sufrimientos.
"No quería ser escritora, simplemente necesitaba escribir. Cuando escribía un libro pensaba que era ya todo lo que tenía que contar. A los dos años, en cambio, me volvía a recorrer la necesidad de expresarme", aseguró, mientras confesaba que, de entre todos los galardonados con el Nobel de Literatura, se siente cercana a Samuel Beckett, Nelli Sachs o Imre Kertèsz.
Müller, la ganadora número 106 de este premio, recibirá la medalla por parte de la Academia Sueca el próximo 10 de diciembre en la ceremonia oficial de los Nobel, coindiciendo con el aniversario de la muerte de su fundador, Alfred Nobel. Estocolmo, Suecia
Rumanía, hogar y muerte fueron los tres ejes sobre los que giró la rueda de prensa que la ganadora del Nobel de Literatura 2009, Herta Müller, ofreció en la Academia Sueca de Estocolmo, donde afirmó, un día después de las elecciones en su país, que "en Rumanía no existe la oposición, existe el enemigo".
Müller, nacida en 1953 en una comunidad suaba de Nytzkydorf (Rumanía), todavía se estremece al ver la sombra de la dictadura comunista de Nicolai Ceaucescu, la misma que le ha impulsado a canalizar su dolor a través de un corpus literario que, con títulos como "La piel del zorro" o "La bestia del corazón", se ha hecho con el máximo honor de la Letras.
Rumanía celebró ayer sus elecciones generales, pero Müller sigue sin verle el rostro a la democracia. "Todavía hay un gran legado de la dictadura. No podemos hablar de cambio, sino de restauración. Un 40 por ciento de la gente que trabajaba en la Securitate -servicio secreto de la época de Ceaucescu- sigue trabajando en lo mismo".
"Rumanía necesita una sociedad civil, y todavía no la tiene. Vive una mezcla de desorientación y brutalidad que sin duda son resquicios de la dictadura. Y no se ha aprendido a discutir. No existe oposición, sino enemigo. Así no se pueden construir herramientas para combatir la corrupción", aseguró.
"No estoy a favor de la pena de muerte, pero deseé la de Ceaucescu durante veinte años", concluyó.
La muerte, sin duda, planea sobre gran parte de su obra. Una muerte como ritual, una presencia que produce miedo y parálisis en una sociedad que por momentos parece inerte.
"De esas camas la abuela dijo un día que eran ataúdes, y de los que yacían dentro que eran muertos. Y al decirlo pensó que yo no entendería la palabra. Y yo la entendí sin haberlo oído nunca antes", escribía en "En tierras bajas", su primera obra, que fue censurada en Rumanía y finalmente editada en 1982 en Alemania.
Entre un país y otro, Müller sigue siendo una hija del desarraigo.
"Mi casa era mi casa, pero si eres perseguida, si estás asustada, no tienes sensación de hogar" explicó. La vida de una familia como la suya que espera en Rumanía los visados para trasladarse a Alemania quedó plasmada magistralmente en "El hombre es un gran faisán en el mundo".
"Todo el mundo tiene necesidad de pertenencia a algo. Jorge Semprún decía que la lengua es un hogar, pero yo no estoy de acuerdo. Será porque tanto el nacionalsocialismo como el comunismo han abusado mucho de algo como el hogar y como la lengua", explicó Müller, cuya vida sufrió las embestidas de una y otra ideología.
Aunque desde 1987 Müller vive en Berlín y escribe en alemán, la escritora sigue atrapada por su pasado rumano, pues la inspiración para su obra han sido sus mayores sufrimientos.
"No quería ser escritora, simplemente necesitaba escribir. Cuando escribía un libro pensaba que era ya todo lo que tenía que contar. A los dos años, en cambio, me volvía a recorrer la necesidad de expresarme", aseguró, mientras confesaba que, de entre todos los galardonados con el Nobel de Literatura, se siente cercana a Samuel Beckett, Nelli Sachs o Imre Kertèsz.
Müller, la ganadora número 106 de este premio, recibirá la medalla por parte de la Academia Sueca el próximo 10 de diciembre en la ceremonia oficial de los Nobel, coindiciendo con el aniversario de la muerte de su fundador, Alfred Nobel. Estocolmo, Suecia
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