jueves, 7 de enero de 2010

Batallas teológicas tras arte sacro, a libro

El docuemento reúne trabajos de conocidos expertos que analizan cómo los objetos de veneración pública o personal fueron instrumentos de esas batallas en un período de luchas religiosas

Un libro publicado por la Universidad de Yale explica las complejas batallas teológicas subyacentes a la producción de imágenes religiosas en España e Iberoamérica durante la época de la Contrarreforma.

"España Sagrada. Arte y Fe en el Mundo Hispano", coordinado por Ronda Kasl, del Museo de Indianápolis (EU), que organizó la exposición homónima, reúne trabajos de conocidos expertos que analizan cómo los objetos de veneración pública o personal fueron instrumentos de esas batallas en un período de luchas religiosas.

Como explica Alfonso Rodríguez G. de Ceballos, durante el siglo XVII, el arte de España y la América Hispana era abrumadoramente de carácter religioso, un arte destinado a suscitar devoción e íntimamente ligado a las prácticas religiosas de sus destinatarios.

En un profundo e interesante ensayo, como lo son todos los del libro, de Ceballos señala el resurgimiento en el siglo XVI del viejo debate entre partidarios y detractores del uso de imágenes en la enseñanza de la religión, con sus evidentes ventajas en el caso de los analfabetos y el peligro de caída en prácticas idólatras.

Recuerda cómo los extremistas calvinistas se dedicaron al saqueo de iglesias en Amberes y otras ciudades de los Países Bajos, lo que sirvió a Felipe II como un pretexto más para su dura represión de los levantamientos populares en esas provincias.

Se refiere al debate en torno a ese tema en el llamado coloquio de Poissy (1561), donde el general de los jesuitas Diego Laínez asesoró al legado del papa, el cardenal Ippolito d'Este, en su defensa de las imágenes frente a los calvinistas, representados por Thédore de Bèze.

Resulta curioso que un gran humanista como Erasmo alertase sobre el peligro de deslizamiento del arte hacia el paganismo o que Lutero, mucho menos radical que Calvino, lejos de oponerse a las imágenes, incluyese ilustraciones de Lucas Cranach reelaboradas por su amigo Holbein en su magistral traducción de la Biblia.

En su última sesión, en 1563, el Concilio de Trento, ya bajo Pío IV, iba a defender el poder didáctico de las imágenes religiosas aun reconociendo el peligro de abuso, y decretó que ésas fuesen instructivas y evitasen lo indecente y profano, algo que España y sus virreinatos se encargarían de poner en práctica bajo la mirada siempre vigilante de la Inquisición.

En otro ensayo, Javier Portús señala la tensión entre belleza artística o corrección formal y eficacia devocional en muchas imágenes, muchas veces resuelta a favor de esta última, y analiza las leyendas sobre la intervención milagrosa en su producción como la supuesta aparición de la Virgen a algunos pintores o la atribución de la autoría de algunas de ellas a criaturas celestes como los ángeles.

Luisa Elena Alcalá profundiza en el tema de la autoría en relación con las imágenes religiosas y señala que el origen milagroso atribuido a muchas de ellas explica la popularidad que alcanzaron entre los devotos, como se ve claramente en la leyenda sobre la aparición de la Virgen del Guadalupe en el manto del indio Juan Diego.

William A. Christian jr. enumera una serie de milagros relacionados con los cambios de complexión e incluso del color de la piel de las tallas de vírgenes o santos, la supuestas exudaciones de sudores, de otros humores, incluso de sangre, fenómenos que causaban fuerte emoción entre los fieles, pero que combatieron como superstición autores contemporáneos como Alonso de Madrigal.

María Cruz de Carlos Varona se refiere en su contribución al libro a los debates en el concilio de Trento entre los partidarios de reforzar la autoridad papal en la defensa de las declaraciones de santidad y quienes abogaban por un mayor reconocimiento también en esa materia del papel de los obispos.

Jaime Cuadriello ofrece por su parte un estudio del sistema de representación de la Inmaculada Concepción: las visiones de los místicos se plasmaban en imágenes plásticas gracias a los testimonios que de las mismas ofrecían a pintores próximos.

Así, Juan de Juanes aplicó sus pinceles a la visión de su confesor jesuita y consolidó una imagen casi canónica de la Virgen, que se convertiría en popular objeto de veneración y de propaganda.

Finalmente, Ronda Kasl analiza el elemento estético del arte religioso, documentado en una preciosa anécdota relacionada con una estatua de alabastro de la Virgen de Gil Siloé en la cartuja de Miraflores, y se refiere también a cómo la propiedad privada de imágenes religiosas era una práctica establecida incluso entre personas de circunstancias sociales más bien modestas.

El libro está ricamente ilustrado con imágenes de 71 obras de arte que integraban la exposición, entre ellas pinturas y esculturas de artistas como El Greco, Velázquez, Zurbarán, Murillo, Valdés Leal, Francisco Pacheco, Juan de Roelas, Pedro Roldán, Juan Carreño de Miranda, Juan Correa y Francisco Ricci, por sólo citar algunas.
Londres, Inglaterra

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