“Que nuestro Dios siempre nos proteja, siempre nos cuide como si fuéramos su rebaño, como si fuéramos sus ovejas”. Era la petición de los danzantes otomíes ante la imagen de la capilla ubicada justo al pie del “Templo del Guerrero” en la Zona Arqueológica de Huamango, en Acambay.
Cada grupo de danzantes se prepara a su estilo. Algunos dan muestra del más puro sincretismo y se postran a los pies de una imagen católica para pedir la bendición, pero al mismo tiempo llaman a sus ancestros para darles la fuerza en el momento de realizar la ceremonia en honor del Quinto Sol.
Otro grupo alista su vestimenta: revisan que las colloleras estén bien sujetas a las pantorrillas, que las largas plumas no se suelten de los penachos y se dan los últimos toques de maquillaje en el rostro y el cuerpo.
En el templete instalado para que las autoridades municipales y los representantes de titulares estatales y federales se preparaban los últimos detalles de ubicación.
Tras la presentación del presidium, representantes de los otomíes realizaron la tradicional ceremonia para limpiar y ungir a los funcionarios, copal en mano, les colocaron un collar de flores.
Los guerreros hicieron su aparición. En el patio principal de la zona arqueológica fueron acomodándose uno a uno en su lugar.
Antes de comenzar su danza, Huehuetl Tatanka (El guerrero más antiguo), tlatoani del grupo Danza Azteca Yohoteka pidió a las autoridades más apoyo para su actividad, ya que, reclamó, sólo se acuerdan de ellos cuando ocurren estas actividades, pero no toman en cuenta el gasto en vestimenta y equipo.
Una vez hecha la petición los guerreros de las comarcas de Cholula, Jocotitlán, Lerma, Toluca, Temascaltepec, San Juan Coajomulco, Xonacatlán y Dongú saludaron a los seis puntos cardinales conocidos y respetados en la antigüedad.
Norte, sur, este, oeste, huiyolotl (el corazón del universo) y Tonantzitlalli (la madre tierra), fueron saludados por los guerreros.
Después, el momento cumbre: el encendido del fuego nuevo, en honor al Quinto Sol. Se colocaron las ofrendas y se encendió un pebetero en el centro de los danzantes.
Los caracoles resuenan. Los huehuetls hacen honor a su nombre y comienzan a hacer sentir los “latidos del corazón”. Una ráfaga de sonidos de tambores tocados a gran velocidad toman por sorpresa a los asistentes mientras los guerreros danzan al ritmo marcado. Silencio.
Los visitantes no saben si callar o aplaudir y cuando intentan lo segundo vuelven a ser sorprendidos por los huehuetls que ahora, un poco más lento, permiten a los guerreros realizar más evoluciones.
Cada uno de los grupos lidera una danza a la vez. La gente observa con admiración el ir y venir de los danzantes. Las colloleras arrojan ese cascabeleo sordo, único de las semillas que las conforman, cada paso, cada salto, cada movimiento esta marcado por un grupo en particular.
Las comunidades otomíes regresan a su tierra, a su origen, al sitio que sus antecesores crearon y defendieron de los invasores que intentaban llegar a su comarca. El “Templo del Guerrero” y el “Palacio Principal” de revivieron por unos instantes los tiempos de gloria y esplendor de un pueblo.
Los guerreros volvieron a circundar el pebetero del fuego nuevo. Despidieron a cada uno de los seis puntos cardinales. Con enorme respeto elevaron las manos, bastones, lanzas y escudos al cielo para despedirse de Huiyolotl. Con gran cariño colocaron una rodilla al suelo y la mano izquierda para despedirse de Tonantzitlalli.
Después una breve explicación del significado del Quinto Sol en la tradición prehispánica y de la importancia del fuego para los pueblso originarios de Mesoamérica.
Un último grito, uno que resonó en los corazones no sólo de los guerreros ataviados, también en el de los descendientes de aquellos pueblos colonizados y que hoy forman una misma población, un mismo país.
“¡Mexica Tiahui!” gritó el líder. “¡Mexica Tiahui!” repitieron los guerreros. La traducción hizo que también a los asistentes se les hinchara el pecho de orgullo: “¡Mexica Tiahui! ¡Mexicanos Adelante!”.
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